La tortuga se arrastraba lentamente por las orillas de la laguna. Con frutos y con insectos iba satisfaciendo su apetito. En ese mismo momento, la liebre se acercó a las aguas para beber. VenÃa fatigada de la persecución de dos perros que, afortunadamente, no lograron alcanzarla. Saciada su sed, cuando iba a retirarse, advirtió la presencia de la tortuga. -¡Hola!- saludó cortésmente. -¡Hola!-fue la igualmente cortés respuesta de la tortuga. La liebre se detuvo un momento para saborear unos verdes pastos que acababa de descubrir. La humedad del lugar los habÃa hecho apetecibles. La tortuga, mientras tanto, siguió andando con su paso lento. La liebre, satisfecho su apetito, levantó la cabeza para mirar a sus alrededores, siempre vigilante. Y vio a la tortuga muy cerca de ella, de tal manera que, con dos o tres de sus saltos, la alcanzó, recorriendo el camino que la pobre habÃa andado lentamente. -Me da lástima ver como te arrastras penosamente, por carecer de ágiles piernas como las mÃas. Además, qué pena que tengas ese caparazón y no una piel como la mÃa. La tortuga meditó silenciosa un momento, y respondió: -Yo estoy contenta con mi andar lento y mi caparazón protector. -No digas eso. ¡Estás resignada porque no puedes tener una piel como la mÃa! Cuando la tortuga iba a proseguir el diálogo, ambas guardaron temeroso silencio, porque tronó estruendosamente. Una violenta tormenta se desató con vientos huracanados, y comenzó a caer un granizo demoledor. La tortuga recogió sus patas y su cabeza debajo de su caparazón. La liebre se escudó junto al tronco de un algarrobo, pero igualmente sufrió una golpiza que la dejó maltrecha y dolorida. Calmada la tempestad, la tortuga sacó cuidadosamente su cabeza y sus patas, que tenÃa resguardadas debajo de su caparazón, y vio a la compañera malherida, acurrucada junto al algarrobo. -¡Lo lamento! Espero que te repongas de tantos golpes. -¡Gracias!-respondió la liebre.-¡Y te confÃo que sentà envidia por tu caparazón!
Respeta las diferencias. La piel de la liebre luce mejor que el caparazón de la tortuga, pero defiende menos de la pedrada. Valora lo tuyo sin despreciar lo de tu prójimo.
Â
|