Cuando supiste por vez primera que yo empezaba a formarme dentro de ti, te inundaron sentimientos de alegría e ilusión; tener un hijo es para los padres la mayor bendición. De inmediato los preparativos, los sueños compartidos, el nombre para escoger y la expresión que nunca falta: no importa si es niño o niña, lo único importante es que venga bien.
Ya existo en tu vientre, me aferro a la vida, aún no se ni entiendo nada, sólo sé que Dios sueña conmigo y quiere hacerme realidad a través de ti.
Los avances de la ciencia te revelan que no tengo las medidas que entran dentro del patrón de desarrollo normal, una ecografía te muestra la fotografía de mis diferencias, los médicos te dicen que vengo mal. La noticia te causa un inmenso dolor, tu bebé trae la condición que más se rechaza y de la cual se burla la sociedad; empiezas a sentir vergüenza, no me crees digno de ti, por eso consideras que lo mejor es abortar y deshacerte de mi.
“Aún estás a tiempo”, es lo que te dicen algunos, y yo me pregunto: acaso se necesita tiempo para aprender a amar al hijo que dentro de ti se ha de formar?.
Tiempo es lo que te pido mamá, para que no me mates, me permitas vivir y me des la oportunidad de demostrarte todo lo que puedo hacer por ti. Tiempo es lo que te suplico, para llenarte de mi amor y con mi ser y hacer hacerte sentir, que aunque el mundo me ve pequeño, para ti soy lo más grande que Dios te dio.
No me mates mamá, tengo derecho y sobre todo muchas ganas de vivir, de compartir mis sueños contigo y de hacer que tu veas realizados los tuyos conmigo. Déjame vivir mamá, juntos podemos escribir otra historia en la que te sientas orgullosa de mi, y en la cual viviré para hacerte la mujer más feliz y afortunada; yo me sentiré el más grande de todos y nada me hará falta porque te tengo a ti.
¡No me mates mamá, déjame vivir!