Mis ojos se abrieron, muy temprano esa madrugada de abril, y dejaron entrar el reflejo de las estrellas, que bañaron mi alma de ilusión, sentà que era el gran dÃa, que esa jornada iba a ser diferente a todas. La noche era demasiado profunda como para escabullirme entre los nudos que tejÃa el silencio y esperé a que el reflejo se apoderara de la cintura del planeta. Tomé mi equipo y me dirigà al manto hÃdrico bordado de juncos y totoras que parecÃan, a esa hora, desgarrar el horizonte con sus filos. Me acerqué a la orilla, y podÃa escuchar sus saltos, como burlándose de mÃ, como desafiando mis instintos, y un latigazo cortó el viento con un silbido que llevarÃa el aparejo de flote a mecerse como un viejo, a esperar... tan solo a esperar. Mi respiración era lenta, mis sentidos todos alerta, mi dedo fuera del nylon, y ese terrible pez, que pasaba una y otra vez por debajo de la boya y sus costados, como desconfiando o talvez, como estudiando la trampa que estaba toda preparada para él. Luego, el sol, atrevido como siempre, se mostró desnudo y derramó todo su néctar escarlata sobre los montes del este, alcé mi cabeza y dejé que se tiñera con su luz, y mis ojos, se cerraban dejando una hendija por la cual espiarÃa tan tremendo espectáculo. PodÃa escuchar a los patos, aletear por el agua, como aplaudiendo dejaban el lugar y se iban mas allá, pasaban cerca pero ellos no me temÃan y yo no los molestaba con lo cuál, la simbiosis era casi perfecta. Me distraje solo un momento mirando todo aquello tan silencioso y de repente, como un trueno, se quebró esa paz invadida por el terrible ruido de aquella chicharra que no podÃa dejar de gritar y que dejaba salir sedal como si fuera agua de una canilla. La vara se arqueó a mas no poder, el agua comenzó a agitarse, mis manos eran tan pequeñas, mi vista agudizada, el agua implotaba y estallaba una y otra vez, dejando ver la silueta de ese pez que arrancaba emociones de mi alma cual hojas de un árbol. Mi caña y mi brazo se mutaron en un solo ser, y él luchaba como un toro, era como cinchar, él tomaba y yo sacaba, y viceversa. Ya cansado se deja traer, y su picardÃa intenta escarparse a través de los juncos, pero no lo logra, sabe que está vencido pero sabe que ganará mas que yo cuando todo termine. El copo, con suma suavidad, como si fuera una caricia, lo saca del agua. Tomo ese pez por la cabeza y por la cola, retiro el anzuelo, y lo observo y él me observa y no hay nada que decir... Mis manos lo depositan en la orilla, lo miro y lo admiro quizás por ultima vez, y dejo que esa maravilla navegue lentamente hacia su libertad, debajo del agua... él se queda con su libertad y yo, con el recuerdo de haber librado el combate mas hermoso de mi vida...
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